Teddy
Kruspe
Las
nueve horas.
Teddy
Kruspe siempre había sentido cierta curiosidad por saber qué se sentiría
engañando a la gente. Mintiendo simplemente por el hecho de hacerlo. Fingir ser
una persona distinta a la que se es. Tener, en cierto modo, una doble vida.
Un
arma de doble filo sería eso.
Si no tenía el control
absoluto de todo lo que ocurría a su alrededor, sus planes se irían todos al
traste. Un solo fallo y bastarían un par de llamadas para acabar muerto, bien
legal o ilegalmente.
Sin
duda era un hombre inteligente. Además tenía labia y, en su caso, eso le
vendría de perlas para meterse a la gente en el bolsillo.
No
necesitó un maestro.
Incluso podría decirse que
era un villano autodidacta: tomaba las mejores y más despreciables cualidades
de los que mejor conocía y conseguía hacerlas suyas.
Lo
que iba a hacer era el resultado de muchos años de estudio y de una locura
permanente que le hacía ver la realidad como era y no como la gente creía que era.
Sabía
que sus ilusiones no se verían completamente satisfechas, pero estaba orgulloso
de que su nombre se fuera a recordar durante muchos años después por el caos y
el mal que iba a sembrar.
Las
nueve horas y seis minutos.
Se
dispuso a cruzar la calle para poder llegar a la estación de metro. Era hora
punta. La gente que allí se encontraba no sabía que esa mañana habían saludado
por última vez a sus seres queridos. Quizás a algunas de aquellas personas no
les importara morir, pues seguramente serían muy infelices y ya habrían pensado
en el suicidio. A otras en cambio, no les haría ninguna gracia. Ninguna.
En
el andén de enfrente se fijó en una mujer embaraza. Seguramente su marido se
quedaría hecho polvo.
Un
niño se acercó a él sollozando y le pidió ayuda para encontrar a su abuelo,
pues se había despistado un momento y se había perdido.
Las
nueve horas y once minutos. El tren se acercaba. Quedaba un minuto para la hora
prevista.
Durante
los últimos meses había sido el hombre perfecto: un fiel esposo, buen padre y
gran trabajador. Todo el mundo lo tenía en gran estima. Sin embargo, no siempre
había sido así y ahora su pasado le había reclamado el precio de permitirle
disfrutar de una vida en continua mentira.
Las
nueve horas, once minutos y cuarenta y seis segundos. El tren estaba haciendo
su entrada en la estación.
Cualquier
mínimo fallo y se iría al traste toda su vida.
Las
nueve horas, once minutos y cincuenta y siete segundos.
Todo
iba a la perfección. No podía pedir más.
Las
nueve horas, once minutos y cincuenta y ocho segundos.
Quizás
su mujer y sus hijos le echaran de menos…
No.
Todo era una mentira.
Ahora no podía echarse atrás.
No.
Todo era una mentira.
Ahora no podía echarse atrás.
Las
nueve horas, once minutos y cincuenta y nueve segundos.
Cerró
los ojos.
Las
nueve horas y doce minutos: el tiempo se ha detenido en la estación.
La vida y la muerte están repartiéndose las almas de la gente y la muerte gana por goleada.
La vida y la muerte están repartiéndose las almas de la gente y la muerte gana por goleada.
Cinco
horas después aparece en los informativos la foto del terrorista suicida que se
ha llevado con él doscientas treinta y dos vidas. El país entero llora una
catástrofe que se pudo haber evitado...
José
Manuel Romero Cervantes
Saludos desde el calor de una noche de verano…